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Cada día disfruto más paseando por mis parques. Y digo mis parques porque muchos de ellos están cerca de casa y los considero míos, como una...

sábado, 3 de noviembre de 2018

QUISIERA SER UN PEZ

Tengo envidia de la basura orgánica. Yo que aún soy solamente prebasura orgánica- en qué sino en ella nos convertiremos al morir- no merezco campañas ni nada. Una pena.

Me explico. Mi barrio, Universidad, ha sido agraciado con la segunda parte de la prueba piloto de recogida de basura orgánica. Eso significa que va piso por piso un educador o educadora ambiental a educarte y hacerte el obsequio de un contenedor monísimo, y si no te encuentran a la primera te dejan un papel amenazando volver, que en la zona hay un punto informativo fijo y cuatro móviles en los que hay varias personas en un amplio horario repartiendo esos preciosos contenedores e informando, que han repartido folletos… en suma, que hay una cantidad considerable de dinero público invertido en el programa.

Personalmente estoy convencida de la necesidad de cuidar nuestro planeta, y especialmente  de velar por el bienestar de los animales no humanos que lo habitan (y a los cuales, dicho sea de paso, no me como), no me importa que la basura orgánica no se recoja todos los días (precisamente mi basura orgánica, al no ser animal, no huele), y tampoco me importa en exceso tener la cocina llena de contenedores de colores, que bastante oscuros están los tiempos.

Lo que sí me importa, y mucho, y me indigna, es esta visión tan sesgada del ecosistema urbano. Es decir, yo también lo habito, ¿verdad? Soy parte del ecosistema, ¿no es cierto? ¿No tengo entonces derecho a ser cuidada en esta mi fase actual, antes de pasar a ser basura orgánica?  

Todo esto viene a que no parece haber ni un euro para invertir en la mejora del ecosistema zaragozano en el aquí y el ahora en algo tan básico como que los peatones podamos andar tranquilos por las aceras.  Ni policías informando ni advirtiendo, ni señalización, ni carriles peatón, ni campañas, ni folletos, ni nada. Cada vez que salgo a la calle me asomo tímidamente desde el portal y miro a derecha e izquierda por si vienen bicis. Hay un carril bici en la acera de enfrente, pagado por cierto con mi dinero como con el de todos los contribuyentes, pero parece que mola más mi acera. El placer de la transgresión, supongo.  Y nuestros gobernantes, de brazos cruzados.

Yo estaré encantada de que los mares estén más limpios, de verdad, y de que las generaciones futuras disfruten de un planeta esplendoroso, pero me gustaría también poder andar tranquila por la calle. Vendría a ser que también nos hicieran un poco de caso a los animales humanos. Nada más. Una campañita, un poquito de empatía, un poquito de buena voluntad. Unas señales, unos folletitos. Algo parecido a lo de los contenedores marrones tan monos, pero para cuidar nuestro ecosistema urbano y a quienes lo habitamos, antes de que nos recuerden un 1 de noviembre.

Ahora, además de bicicletas, pasan patinetes. Otro buen vehículo no contaminante, genial, cuantos más mejor, bicis, patinetes, todo lo que vaya saliendo, pero igual irían mejor por los carriles bici, ¿no? Los carriles bici pueden pasar a llamarse carriles bicipatonetiles y ya está. Seguro que a los ciclistas cívicos- que seguro que son la mayoría, pero cuánto daño hacen los otros- no les importa nada compartir su espacio.

Es que además, saben, todos somos discapacitados- despistados, borrachos, acelerados… todos podemos hacer un giro brusco porque se nos ha olvidado algo y se nos puede llevar una bici por delante- , y todos acabaremos siendo más discapacitados aún si no nos morimos antes,  pero hay personas cuya discapacidad actual les complica más la vida… Echo de menos un poco de empatía con los vulnerados- que no vulnerables: no es que seamos débiles, es que se nos hiere, como las mujeres no somos el sexo débil, sino que nos andan matando; no es un problema nuestro, es de los malos, no de las violadas, sino de los violadores, no de los peatones, sino de los ciclistas y patinetistas incívicos- , que alguien piense cómo será ser ciego y encontrarse la acera salpicada de patinetes de alquiler dejados por aquí y por allá, que alguien piense que, en nuestro camino hacia la meta inevitable de ser basura orgánica, todos somos no discapacitados temporales, porque todos acabaremos teniendo dificultades de movilidad… la ciudad ha de ser amable para todos y todas porque es el ecosistema que habitamos. Por favor, debemos valer tanto como un banco de peces. Hágannos un poco de caso, que no es una cuestión baladí esta dictadura del más fuerte, del ciclista sobre el peatón, del aluminio sobre la carne. Merecemos al menos una campaña puerta a puerta como los océanos. Aunque solo sea porque estamos aquí y ahora. Cuidemos un poco más el ecosistema urbano sin dejar de cuidar otros.  Para que no andemos los pobres peatones queriendo ser peces, y no para mojar la nariz en ninguna pecera como decía la canción, sino para que nos respeten un poquito.

María Jesús de Miguel
3 noviembre 2018
Zaragoza

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Gracias por participar y ánimo con la información a ciclistas y peatones