ENERO 29, 2019
Luis Zambrano
Investigador del Instituto de Biología, UNAM
No hay ciudad que no tenga plantas y animales. Puede ser la ciudad más poblada del planeta, la más densa, la que tiene menos áreas verdes y aún así tendrá vida distinta al ser humano. Es fácil olvidar esto cuando uno vive rodeado de asfalto y sólo ve de reojo los parques detrás del parabrisas de un automóvil o de un autobús en el transporte público. No se recuerda la naturaleza cuando las motonetas ahogan el canto de las aves sobre árboles deformados para darle paso a los cables de luz; o cuando la convivencia cercana con otros seres vivos se reduce a especies domesticadas, como las plantas de ornato, perros, gatos, y especies exóticas o nocivas como las palomas, las cucarachas, los ratones y los mosquitos. Pero la situación es otra, pues vivimos dentro de un ecosistema lleno de plantas, animales, hongos y bacterias que han encontrado su camino para vivir en esta verdadera Jungla de Asfalto. Nuestra ceguera no evita que estén ahí conviviendo intensamente… y evolucionando.
Ésta es la primera de dos entregas que buscan describir a las ciudades desde el punto de vista de la ecología y los procesos de evolución de los seres vivos que la habitan. Estos procesos comienzan a ser muy estudiados por biólogos y ecólogos en todo el mundo. Antes se habían considerado exclusivos de las grandes zonas verdes, pero ahora los biólogos nos dimos cuenta que no tenemos que salir a parajes distantes para estudiar los patrones de la naturaleza. En nuestras casas, nuestras calles, nuestros parques y nuestras banquetas está la vida enseñándose en todo su esplendor.
En las ciudades los animales se pasean por las calles, usan el metro y duermen en los parques, mientras que las plantas pueden sobrevivir en grietas que se hacen en las banquetas o los estacionamientos. Cada bacteria, hongo, planta o animal que vive en una ciudad es parte de una especie que está siendo capaz de sobrevivir a las condiciones que la selva urbana le ha impuesto. Esto es el resultado de procesos ecológicos y evolutivos que se están llevando a cabo justo frente a nuestras narices.
Ilustración: Adriana Quezada
Dentro de los procesos ecológicos en las ciudades están filtros ambientales que existen para discriminar a las especies que pueden vivir ahí. Un primer filtro es el cambio de temperaturas, pues los edificios y el asfalto genera más calor que un área verde típica.1 Pero otros filtros son menos evidentes. Por ejemplo, para las plantas es muy importante el lugar donde puede germinar una semilla y en las ciudades el tamaño de la semilla es crítico. Las plantas con semillas pequeñas germinarán en los pequeños espacios de suelo que afloran en las hendiduras entre edificios o las grietas de las banquetas, mientras que las de semillas grandes solo lo podrán hacer en áreas de tierra más abundantes como macetas o parques. Los animales pequeños que encuentran en los recovecos de los edificios un hábitat para hacer su casa podrán colonizar zonas de la ciudad donde no hay una sola planta, mientras que animales un poco más grandes requerirán de espacios verdes como los parques para sobrevivir. Esta separación del hábitat de plantas y animales fuerza a ver a las ciudades como un lugar inhóspito pero conquistable por la naturaleza pues genera una gran variedad de hábitats para que muchos organismos encuentren nichos para sobrevivir.
¿Cuál es el tipo de especie que puede vivir en las zonas de más concreto y cuál es el que puede sobrevivir en las zonas verdes? Éste es otro proceso ecológico digno de estudio. Por un lado, las especies que sobreviven en las áreas verdes tienden a ser las que originalmente habitaban ese lugar antes de que los humanos construyéramos una ciudad. En la Ciudad de México, reptiles como las serpientes de cascabel (Crotalus sp.) o la lagartija cornuda que llora sangre (Prhynosoma sp.) sólo se encuentra rodeados de vegetación. Algunas aves prefieren estar en zonas con muchos árboles como el halcón cola roja (Buteo jamaisencis), o el Harris (Parabuteo uninsingtus) a pesar de que muchas poblaciones que hay ahora en la ciudad surgen de los que se escaparon del cautiverio. Por otro lado, las áreas estrictamente urbanas están reservada para las especies exóticas o aquellas que han logrado hacer de la ciudad su hábitat. Por ejemplo las ardillas (Sciurus aureogaster) que utilizan los cables de luz para transportarse y aún cuándo necesitan de árboles para hacer sus nidos, son tan urbanas como las ratas comunes (Rattus rattus) que viven en los desagües subterráneos.
Si las zonas verdes son para las especies nativas, entonces la conectividad entre parques, camellones y bosques urbanos es fundamental para su sobrevivencia. Por lo que el paisaje en donde viven ahora está fraccionado. La capacidad de conectarse entre lugares verdes varía dependiendo del animal o planta que quiere utilizar las zonas verdes como islas de reproducción y hábitat. Muchas plantas, insectos y ratones nativos no son capaces de superar las barreras que se imponen en las calles y edificios. Incluso especies grandes de felinos como el lince (Lynx rufus)2 son incapaces de cruzar las autopistas que rodean a la ciudad de Los Ángeles, lo que ha generado poblaciones aisladas en distintos tramos que no se pueden comunicar o reproducir entre sí. Así, que la conectividad entre áreas está relacionada con el tipo de barreras que creamos en la ciudad para generar nuestra propia conectividad y con el tipo de organismo que intenta cruzarla.
Pero algunas especies han logrado superar barreras, en los últimos años ha habido un aumento de mamíferos de tamaño mediano, ocasionado, quizá, por el deterioro de las zonas verdes que rodean las ciudades, lo que los obliga a migrar, y un cambio de actitud de las personas urbanas hacia un mayor su respeto por estos grandes animales. Estos dos fenómenos hacen que estas especies encuentren nuevas áreas que antes estaban vedados para ellos. Por ejemplo, en los últimos quince años en todo el noreste de los Estados Unidos, la presencia de venados cola blanca (Odocoileus virginianus) en las calles de las pequeñas ciudades y suburbios ha aumentado de manera dramática, afectando los jardines que son vistos por los venados como fuente de alimento inagotable. La migración de venados a los suburbios también se puede explicar porque han encontrado refugio contra los cazadores en estas zonas en donde no se les puede disparar. De hecho conteos empíricos —no comprobados aún— sugieren que hay mas presencia de venados en zonas urbanas durante la temporada de caza.
Este fenómeno explicaría la presencia de la zorra gris (Urocyon cineroageteus) en la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel. Las zorras son capaces de cruzar avenidas y grandes zonas urbanas por lo que es posible que la zorra llegara desde algún bosque del sur de la ciudad y cruzara Periférico por debajo de alguno de los puentes para entrar en la REPSA. Esta reserva es un lugar ideal para alimentarse y sobrevivir, y mientras no haya perros ferales, que ha ido disminuyendo gracias a programas realizados por la UNAM en los últimos años.
Sin dejar de darle valor a los parques y reservas, los árboles de las banquetas y los macetones también son importantes en las dinámicas ecológicas. En principio, los procesos ecológicos urbanos son similares a cualquier otro en el planeta. Una de las diferencias la velocidad con las que cambian las condiciones en las ciudades. Las barreras naturales tardan cientos o miles de años en aparecer, mientras que en las ciudades tardan meses (o en países como México, algunos años). Esto obliga a las plantas y animales a sobrevivir y cambiar en un hábitat altamente dinámico. Esto ayuda a evaluar procesos de adaptación (y evolución) en tiempos menores a una generación. De estos procesos tratará la siguiente entrega.
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https://labrujula.nexos.com.mx/?p=2236
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