por Alfonso Sanz
Matemático y geógrafo, urbanista y experto en tráfico.
Pistas para la reconstrucción de un
espacio público democrático
Obviamente, una parte de la
responsabilidad para la recuperación del espacio público corresponde a una
modificación drástica de los supuestos en los que se apoya la teoría y la
práctica urbanística convencional. Se trata por tanto de romper los moldes de
la zonificación y los polígonos monofuncionales; premiar la cercanía y la multifuncionalidad;
exigir relaciones más respetuosas de lo privado hacia lo público y calmar las
exigencias de la motorización.
Pero, para dar pistas más cercanas y
menos especializadas, hay otras perspectivas que facilitan la construcción de
un espacio público democrático, capaz de ser acogedor y útil para todos sin
distinción de grupo étnico, renta, sexo o edad.
Se requiere en primer lugar atender con
esmero la multiplicidad de funciones y cualidades del espacio público, conjugando
ocho verbos que por sí mismos explican la riqueza de
facetas que puede reunir un espacio colectivo urbano:
Caminar
Circular
Estar
Contemplar
Comunicar
Hacer
Jugar
Intercambiar
Como se puede observar, no se ha incluido
entre las funciones del espacio público a atender la que, precisamente, muchas
veces resulta dominante en nuestras ciudades: aparcar. Dejar los vehículos en
el espacio público es una manera de privatización que, considerada normal en la
actualidad, obedece a los procesos regulatorios y sociales que han sido
denominados más arriba como Ley de la
Calle; una privatización reciente que ha de ser revisada
críticamente y dejar de ser considerada como «natural» y «espontánea».
En efecto, esta manera de utilizar el
espacio público depositando durante la mayor parte (96%) de su vida útil un
bien privado no cuenta ni tres cuartos de siglo en numerosos países. Por
ejemplo, en Francia, tal y como relata Alfred Sauvy en su ya clásico ensayo
económico «Les 4 roues de la fortune. Essai sur l’automobile»5,
a partir de 1949 se permite que el automóvil duerma en el espacio público, la
primera excepción para el alojamiento de un bien privado en la calle. Para ello
el prefecto de la policía de París suprimió la obligación de que los vehículos
aparcados mantuvieran encendidas las luces de posición. Se allanaba así el
último obstáculo técnico/administrativo para que el automóvil se apropiara de
la superficie de la ciudad y pudiera satisfacer exigencias sin las cuales su
desarrollo hubiera sido mucho más lento y restringido.
Otro ejemplo relevante de la construcción
social y política del espacio público es la aplicación en Japón, a partir de
los años cincuenta del siglo pasado, de una norma que exige a cada propietario
de un automóvil contar con una plaza de aparcamiento certificada (shako shoumei)
por la policía local. Esta exigencia modifica obviamente la relación entre el
aparcamiento y el espacio público y genera una Ley de la Calle diferente en dicho
país.
Atender las necesidades de un espacio
público democrático requiere, en segundo lugar, combinar
tres adjetivos:
Cómodo Atractivo Seguro
Lo que plantea una pregunta esencial «¿Para
quién y para qué?» que, a su vez, deriva en tres criterios
de referencia:
Equidad Compatibilidad Flexibilidad
Hace falta un espacio público que acoja a
todos y a todas, reintroduciendo por ejemplo, como señala Marta Román, a la
infancia en la ciudad7, lo que requiere
una transformación de la Ley
de la Calle,
para hacerla precisamente justa y comprensible para los que no tienen obligación
de saber el Reglamento General de Circulación.
Los criterios de compatibilidad y de
flexibilidad también tienen trascendencia en términos de equidad
intrageneracional e intergeneracional. Hace falta un espacio público compatible
para la multiplicidad de uso pero, al mismo tiempo, flexible para su adaptación
a los cambios en los usos y costumbres, tanto a lo largo del día, como a lo
largo del año o cambios generacionales. Como señala Richard Sennett, «Destruir la
multiplicidad de la función en ella [la ciudad] y de ese modo establecer que
los usos del espacio no puedan cambiar cuando cambien sus usuarios es racional
sólo en términos de la inversión inicial»8.
No hay que olvidar, en cualquier caso,
que no es posible construir un espacio público democrático si el contexto
social, cultural y político no lo es. No hay un espacio público democrático si,
por ejemplo, las mujeres no pueden utilizarlo igual que los varones, por
motivos religiosos o por motivos de percepción de la inseguridad.
Los viandantes como vara de medir el
espacio público
Todas esas pistas para la reconstrucción
de un espacio público democrático pueden tener como referencia las cualidades
peatonales del mismo, la facilidad con la que andando se puedan verificar las
funciones múltiples y complejas de la vida urbana9.
Para ello hace falta dar un giro drástico en los conceptos sobre los que se
apoya el planeamiento urbanístico y la movilidad, haciendo girar ambas
disciplinas alrededor de los viandantes.
Esa es la opción que se describe
detalladamente en «La ciudad paseable»10 para
el urbanismo y «Calmar el tráfico»11 para
la movilidad. En ambos casos se repasan los métodos mediante las cuales se
puede reorientar la política urbana hacia los viandantes, transformando a medio
y largo plazo las calles hoy dominadas por el automóvil, de manera que se
recuperen los cimientos físicos sobre los que poder establecer condiciones
democráticas del espacio público.
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