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martes, 25 de julio de 2017

ESPACIO PÚBLICO DEMOCRÁTICO (2/3)

... viene de la publicación de ayer 24/07/2017


por Alfonso Sanz
Matemático y geógrafo, urbanista y experto en tráfico.
 

La motorización del espacio público como deriva antidemocrática

Una disciplina sectorial o parcial del urbanismo como es la del diseño y gestión del tráfico ha terminado de rematar el vaciamiento del espacio público mediante un cambio radical en su configuración espacial, en sus reglas de uso y en sus funciones.

En efecto, por encima de cualquier otra consideración social, política, urbanística o económica, se ha impuesto una nueva ley del espacio público o Ley de la Calle, dirigida a garantizar el desarrollo de un sistema de transportes: el automóvil privado. Hay que advertir que el uso del concepto «ley de la calle» busca clarificar que se trata de algo más que del tráfico, puesto que su influencia trasciende la circulación de vehículos o incluso el tránsito de viandantes para penetrar en todo el conjunto de actividades urbanas que se realizan en el espacio público.

Hay que resaltar también, que la Ley de la Calle es una combinación dialéctica y dinámica de comportamientos sociales y reglas establecidas por las autoridades; reglas que vienen a facilitar la circulación y el aparcamiento de vehículos motorizados, de manera que el automóvil pueda desenvolverse en los tejidos urbanos con una determinada velocidad, garantizando seguridad para el vehículo y comodidad del conductor.

La Ley de la Calle vigente ofrece, como gran novedad con respecto a las anteriores expresiones preautomovilísticas, la profunda y radical transformación del uso del espacio público global, derivada de la superposición de fuerza física (la potencia de la motorización y el peligro que genera) y de reglas que deben cumplir todos, los conductores y los no conductores.

Por ese motivo se puede hablar de deriva antidemocrática. Frente a un espacio público útil para la mayoría de la población (lo que no quiere decir que fuera igualitario), el proceso de introducción regulada y masiva de automóviles expulsa o margina a los que no disponen de ese vehículo o no tienen autonomía para usarlo; una proporción de la población mucho más elevada de lo que suele sospecharse. Téngase en cuenta, por ejemplo, que la proporción de la población española con disponibilidad de carné de conducir automóviles no ha superado la mitad del total hasta el año 2007, según el censo de conductores de la Dirección General de Tráfico.

Desde la más tierna infancia los viandantes tienen que adaptar su comportamiento a esa ley del tráfico, que se impone por la propia fuerza física y por la percepción del riesgo que se corre en caso de no cumplirla.

Invirtiendo el significado del lenguaje, la Ley de la Calle establece, a través en este caso de las denominadas normas de la seguridad vial (Ley de Tráfico), que los elementos peligrosos de las vías y del espacio público son los niños4 o los animales sueltos o las personas que pueden aparecer caminando en la calzada. Las señales de peligro que conforman el Reglamento General de Circulación muestran a las claras esa perspectiva inversa: son peligrosas las víctimas (ignorantes o no de las leyes de tráfico) y se alerta de ellas a los conductores de las máquinas que pueden hacer daño.

Las corrientes dominantes del urbanismo del siglo XX, así como la inmensa mayoría de la práctica urbanística en la construcción de ciudades de ese periodo, se han plegado a esa nueva Ley de la Calle, sin cuestionarla o incluso alentándola. De ese modo, buena parte del espacio público creado a lo largo de las últimas décadas es poco propicio a las relaciones democráticas: gran parte es exclusivo de los motorizados y el conjunto está regulado por normas ideadas para facilitar la circulación de automóviles o vehículos motorizados.


continuará mañana ....

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